martes, 31 de marzo de 2015

Terapia Neural "Agroecológia"



TERAPIA NEURAL “AGROECOLÓGICA”


Prólogo escrito en mayo de 2011 para el libro “Semillas de Consciencia” de Jorge Rulli, fundador del GRR, Grupo de Reflexión Rural (www.grr.org.ar).

Jorge Kaczewer es médico egresado de la UBA, investigador y divulgador científico de temas ecológicos y toxicológicos. Durante su juventud, participó en las primeras revistas de periodismo alternativo argentinas, “Expreso Imaginario”, “Zaff!!, la revista del tiempo que no llegó”, “Pan Caliente” y “Uno Mismo”. Como uno de los pioneros del movimiento agroecológico argentino impulsó la creación del MAPO, Movimiento Argentino para la Producción Orgánica, donde se desempeñó como integrante del Consejo de Investigación y del Área Médica. Es autor de los libros Riesgos Transgénicos para la Salud Humana, editado por MAPO, y La Amenaza Transgénica, publicado por Editorial del Nuevo Extremo. Actualmente es integrante del GRR (Grupo de Reflexión Rural) y sus ensayos ecotoxicológicos sobre los peligros sanitarios y ecológicos del herbicida glifosato que forman parte de la campaña “Pueblos Fumigados” de esta ONG (también compilados en el libro homónimo que lanzó Ed. Del Nuevo Extremo) han sido traducidos a más de 10 idiomas y reproducidos en centenares de sitios web de todo el mundo.
Hoy es médico Terapeuta Neural certificado por CIMA Colombia (Centro de Investigaciones en Medicina Alternativa), ACONMB Colombia (Asociación Colombiana de Odontología Neurofocal y Medicina Biológica) y  la Asociación Médica Internacional de Terapia Neural según Huneke. En 2005 fundó, y dirige hasta la fecha, el  Instituto Argentino de Terapia Neural y Medicina Integral - Buenos Aires, Argentina (www.neuralterapianet.blogspot.com.ar)



    Empecé a estudiar medicina en 1978, durante la última dictadura militar. Incursioné desde ese mismo año en el periodismo alternativo argentino, escribiendo en revistas como “Expreso Imaginario”, “Zaff”, “Pan Caliente” y “Uno Mismo”, pioneras en la difusión local de contenidos relacionados con la agro-ecología y la medicina holística. En 1983, organicé una mesa redonda en la Universidad de Belgrano sobre “Nutrición y Ecología”, aprovechando la conmemoración del Día Mundial de la Alimentación para reunir por primera vez en un debate interdisciplinario a científicos “alternativos” y “oficiales”. Yo meditaba, era vegetariano y hacía yoga desde 1977. Mis fines de semana de soltero consistían en aprender y practicar la agricultura orgánica en las granjas y huertas del conurbano bonaerense de los pocos amigos iniciados en el tema. Y con sus productos, realicé el primer reparto domiciliario porteño de alimentos orgánicos en 1984. Mientras tanto, mi mejor herramienta para seguir aprendiendo era escribir artículos sobre naturismo, medicina alternativa y ecología. Así, tras reunir a mis amigos y proveedores para una nota cubriendo el fenómeno incipiente de hacer agricultura orgánica en nuestro país, nació en 1985 la primera organización nacional dedicada exclusivamente a la temática agroecológica, “CENECOS”, Centro de Estudios de Cultivos Orgánicos.
    Paralelamente a la experiencia con la tierra y a ser parte de la gestación del movimiento agroecológico argentino, mi pasión por la medicina crecía mientras repartía en partes iguales mi tiempo de estudio entre las materias alopáticas y las experiencias y cursos sobre alternativas terapéuticas asombrosas tales como la medicina oriental y la homeopatía. Tomé contacto en 1981 con la Antroposofía de Steiner en seminarios de medicina antroposófica. Conocer las abarcativas aplicaciones del pensamiento no lineal de Rudolf Steiner –en medicina, trabajo corporal, agricultura, alimentación, pedagogía, arquitectura y espiritualidad-  constituyó mi primer acercamiento a una nueva percepción de la realidad basada en una comprensión sistémica y compleja de la vida en todos los niveles de los sistemas vivientes: organismos, sistemas sociales y ecosistemas. Y me inculcó el “vicio” de nunca “permanecer callado” (Must I remain silent?, título de la autobiografía de Steiner).
   Me recibí en el 87’ y desde el 92’ al 99’ fui el médico rural “alternativo” de San Marcos Sierras, un vallecito del noroeste cordobés. En este pueblo de costumbres rurales y su característico cálido microclima generado por el “útero” de sierras circundantes, decenas de familias de paisanos que sólo consumían alopatía accedieron a esta “medicina de gotitas y bolitas” gracias a la cual sus niños dejaron de enfermar “a cada rato”. En su crianza, mis tres hijas jamás precisaron un antibiótico ni una aspirineta. Allí, muy lejos de nuestro origen urbano, mi familia aprendió a vivir con simplicidad. Empezamos a “volvernos nativos de América”, como dice el poeta Gary Snider.
   Pero sobre todo, allí tuve acceso al tiempo necesario para seguir estudiando. Y en 1996, en un viaje de dos meses a Popayán, Colombia, comencé mi formación en la práctica médica que transformaría radicalmente mi concepción de la vida, el proceso salud / enfermedad y la ecología: la Terapia Neural. Esta medicina combina importantes descubrimientos de la neurofisiología rusa y alemana de vanguardia de comienzos del siglo XX y los aportes más radicales de la investigación científica actual con un enfoque no centrado en patologías o diagnósticos, sino en seres humanos únicos y capaces, que se encentran en una etapa trascendental de su proceso vital de aprendizaje. Formarse como neuralterapeuta implica una exploración de los más diversos campos del conocimiento científico, tales como la antropología médica, la filosofía de la ciencia, la física cuántica, la biofísica y la bioquímica avanzadas, la cibernética, el pensamiento complejo, la teoría del caos, la teoría de sistemas, las neurociencias, la biología, la psicología del desarrollo, la sociología, las matemáticas de la no linealidad, los fractales, la investigación de energía sutil, la intercomunicación, la termodinámica y las propiedades cristalino-líquidas de los organismos vivos, etc.
   Así define a la TN mi maestro, el médico colombiano Julio César Payán de la Roche: “Es un pensamiento y una práctica de tipo médico social sanitario, contestatario y propositivo a la vez, alternativo y holístico en su concepción, no hegemónico, empírico e intuitivo, dialéctico, revolucionario, humanista, singular e irrepetible en su práctica, que devuelve al ser vital sus potencialidades y capacidades de curación y auto-eco-organización, permitiéndole un relacionamiento armónico consigo mismo, con su comunidad social y con el universo. Para lograr esto pone impulsos inespecíficos en lugares específicos del Sistema Nervioso del enfermo, elegidos según su particular historia”.

   Como neuralterapeutas, enfrentamos dilemas candentes. Intentamos curar en el contexto de un complejo médico tecnológico-industrial todavía “adicto” a una visión mecanicista de la vida y la enfermedad. Sobrevivimos al bombardeo de seductoras ofertas con las que los laboratorios farmacológicos nos premiarían si hubiésemos vendido sus productos en nuestros “mostradores”. Los padecimientos de nuestros pacientes confirman la falsedad con que la ciencia médica prometió en la década del 60’ erradicar la mayoría de enfermedades hacia finales del milenio. Medio siglo después, de la ilusión de una vida “científicamente” realzada, libre de enfermedades cardiovasculares, cáncer, artritis, diabetes y accidentes cerebro vasculares, solo queda el recuerdo del eslogan de la campaña, “Salud para Todos en el año 2000”. Y a pesar de que los medios masivos de comunicación continúan festejando los avances en medicina molecular, genética y nanotecnológica, ninguna de estas graves enfermedades ha sido “conquistada” durante los últimos treinta años. Es más, hoy estamos sumidos en una nueva epidemia conformada por docenas de padecimientos anteriormente muy infrecuentes o inexistentes que eluden la capacidad curativa de la medicina tecnológica. Entre estos, los dos más obvios son la obesidad y la enfermedad autoinmune. La prevalencia de muchos de los diagnósticos incluidos en la autoinmunidad es mucho mayor que la de una generación atrás, por varios órdenes de magnitud en algunos casos.
   Una enfermedad autoinmune surge a partir de una confusión de lo “propio” con lo “otro”. En la esclerosis múltiple, por ejemplo, el sistema inmunitario monta un ataque contra las vainas de mielina tal como si estas fuesen tejido foráneo. A un nivel colectivo, encarnamos una confusión análoga cada vez que tratamos a la naturaleza como a un oponente. Nuestras tecnologías, tanto las materiales como las sociales o las personales, son usualmente las tecnologías del control. En las ortodoxias médica y veterinaria esto es la norma: antibióticos de ultimísima generación para controlar a bacterias multi-resistentes, estatinas para mantener a raya el colesterol y altas dosis de corticoides para hacer algo cuando es imposible controlar nada. En la agricultura y la producción de alimentos, “mesma coisa”.
   Desde mi juventud vengo presenciando cómo los seres humanos, operando desde el miedo, quedamos atrapados en la estrecha visión de que la única manera de resolver el hambre es vencer la escasez; y que sólo podremos lograrlo mediante interminables intervenciones para aumentar la producción. Y pese a que llevo tres décadas estudiando, investigando y difundiendo información, evidencias y experiencias que destrozan este tipo de mito, la lucha estrechamente enfocada contra la escasez continúa. Según el esquema mental de la escasez, no tenemos más opción que seguir por la destructiva senda química. Hoy en día se utilizan en el mundo por lo menos 600 diferentes agroquímicos y entre 45.000 y 50.000 fórmulas comerciales que pueden incluir como ingredientes activos una o más de estas sustancias tóxicas.
      Sabemos que el exceso de Yang conduce al surgimiento del Yin. Habiendo conquistado el ambiente externo, nuevas plagas asolan al interno, y su origen radica, en gran parte, en las mismas tecnologías que usamos para “vencer” a la naturaleza. Mientras la ortodoxia alopática continúa asociando la limpieza, la esterilidad y el aislamiento del mundo de los “gérmenes” con la salud y celebrando que la guerra contra la patología infecciosa fue ganada mediante la sanidad, las vacunas y los antibióticos, ahora enfrentamos un alarmante aumento de la resistencia a antibióticos en cada vez más bacterias. Y a la enorme incidencia actual de enfermedades autoinmunes tales como enfermedad de Crohn, espondilitis anquilosante, lupus, artritis reumatoide, enfermedad celíaca, enfermedad de Addison, diabetes tipo 1, enfermedad de Graves, endometriosis, algunas hepatitis, esclerosis múltiple, etc., contribuyen el exceso de pesticidas, herbicidas, metales pesados, aditivos alimentarios, química de limpieza y cosmética hogareñas y la polución industrial –siendo todos estos nuevamente, agentes o subproductos de nuestra aparente victoria sobre la naturaleza.
   En síntesis, las causas de la patología crónico-degenerativa de nuestros pacientes yacen en las dietas industrializadas, la agricultura industrializada, la medicina industrializada y los estilos de vida industrializados. Irónicamente, para paliar temporalmente la sintomatología autoinmune luego de infructuosos y carísimos tratamientos, la oferta final de la medicina alopática es la supresión del sistema inmunitario mediante dosis masivas de corticoides. O sea, el intento de enfrentar las consecuencias del control excesivo a través del ejercicio de un control todavía mayor. No debería sorprendernos que una intensificación de los métodos y concepciones subyacentes a estas nuevas epidemias terminen trayendo aún más de lo mismo.

   A partir del año 2000 volví a Buenos Aires y retomé mi compromiso con el movimiento ecologista argentino, escribiendo “Riesgos transgénicos para la salud humana”, mi primer trabajo de divulgación científica publicado en 2001 por el MAPO (Movimiento Argentino para la Producción Orgánica). Durante la difusión de este libro sobre los peligros para la salud humana debidos al consumo de alimentos transgénicos conocí a Jorge Rulli. Él venía denunciando desde hacía años las  consecuencias sanitarias, sociales, económicas, políticas y ambientales de la irrestricta implementación de las aplicaciones agroalimentarias de la tecnología transgénica, del modelo neocolonialista del complejo mundial de la soja. Cómo no nos íbamos a encontrar si está más que claro que la medicina global presenta los mismos y fundamentales problemas ecológicos de la agricultura global y la economía global petroquímica. Son disruptivas al punto de poner en cortocircuito un complicado e interconectado sistema de sufrimiento y significado.
   Todavía resuenan en mí los acordes y melodías de tanto trabajo compartido primeramente con la REDAST, Red Alerta sobre Transgénicos, agrupación que Rulli conducía junto a Adolfo Boy, Lilian Joensen, Stella Semino y otros compañeros, y luego con el GRR, su Grupo de Reflexión Rural. No uso los términos musicales inocentemente: me sentía parte de una orquesta haciendo free jazz con la ecología. Improvisando eventos y campañas afinados con cada nueva estratagema urdida por representantes de laboratorios biotecnológicos, asesores científicos gubernamentales y comunicadores pro transgénicos para promover la seguridad, la efectividad y la expansión de la tecnología transgénica. 
   Participé en agosto de 2002 en el taller “Catástrofe alimentaria y modelo biotecnológico”, organizado por la REDAST  en el marco del Foro Social Mundial en Buenos Aires, con la fundamentación científica de la presentación del proyecto de ley por iniciativa popular de “Acceso a alimentos seguros” de la REDAST. Llevamos el debate a la universidad ese mismo año con las conferencias “Riesgos sanitarios del consumo masivo de soja tolerante al glifosato”, en el marco del ciclo de conferencias sobre problemática ambiental organizado por la FUBA, en la Facultad de Ciencias Exactas de Buenos Aires y “Soja y sometimiento. Las transnacionales de la alimentación y el destino del país”, en el ciclo de foros organizado por la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras.
   En 2003, en pleno auge de la campaña “Soja Solidaria”, representamos la voz disidente en el documental “Soja: ¿panacea nutricional o arma silenciosa?”, producido por el difunto cineasta Nicolás Sarquís para el ciclo semanal “El Visionario” del canal de televisión estatal, con una audiencia estimada en 7 millones de televidentes. Qué frustrante constatar que la frontera de la soja continuó expandiéndose sin pausa. Es que para la mayoría, el medio para “ganarse la vida” está demasiado atado al sistema. Por ende, hasta que el sistema comience a tambalear, continuarán ignorando las ineficiencias e injusticias, los daños que su modo de vida imparte en la periferia.
   Llevaba un año conduciendo en la Universidad Maimónides de Buenos Aires la Unidad de Terapia Neural del Departamento de Medicinas Complementarias e Integrativas fundado por el recientemente fallecido doctor Ignacio Fojgel, cuando Jorge Rulli nos visitó y nos entrevistamos con el director de esta pujante academia privada. Trabajábamos bajo la constante presión del establishment médico que consideraba que la TN carecía de fundamento científico. Yo estaba haciendo Terapia Neural en un hospital universitario y me exigían explicar “la ciencia detrás de esta medicina”. No les importaba que en nuestro consultorio externo los pacientes mejoraran. Tampoco les importó el mensaje de Rulli. Es que pocas universidades del planeta toman en cuenta que la ciencia no es verdaderamente ciencia a menos que opere desde una perspectiva ecológica tomando en cuenta las consecuencias últimas de sus proposiciones y descubrimientos, especialmente tratándose de las obvias consecuencias tecnológicas de las aplicaciones científicas tales como armas, contaminantes, economías basadas en recursos no renovables y tecnologías peligrosas como la ingeniería genética. 
   Queda claro que vivimos en una época dominada por una cosmovisión científica “oficial” que parece modelar el mundo en detrimento de los seres vivos que lo habitan y ser incapaz de impedir que el mundo haya entrado en tan grave crisis.  Una “mala” ciencia  que ocasionó muchos de los principales problemas que hoy enfrentamos, amén de su peligrosa alianza con intereses comerciales, cuya influencia parece generar en los científicos una ceguera selectiva que los conduce a ignorar o malinterpretar la evidencia científica. Es más, un análisis de propuestas de instituciones internacionales recientemente creadas confirma la existencia de un complejo sistema destinado a impedir la publicación de hallazgos disidentes. Su objetivo es altruistamente disfrazado: “generar mayor coincidencia entre la investigación estratégica financiada estatalmente y las necesidades de la industria”; o “apoyar el desarrollo de una amplia plataforma de investigación interdisciplinaria y formación académica para ayudar a la industria, el comercio y el gobierno a generar riqueza”. Y los subsidios siguen repartiéndose “para entusiasmar a las universidades a “trabajar más efectivamente en conjunto con el ámbito comercial”. Pero la realidad es que a lo largo de las últimas dos décadas, gigantescas empresas impusieron el tipo de ciencia e investigación prioritario para su propio enriquecimiento, sometiendo nuestras academias a una antiética explotación.
   La supresión del disenso devela la existencia de un “complejo académico-industrial-militar mundial” en pleno desarrollo que atenta contra la investigación abierta y desinteresada de las causas de los procesos naturales. El patrón de supresión de la información disidente se oculta tras la tendenciosidad en las citas, publicaciones y en su análisis, deprivando a aquellos con otras opiniones y visiones de toda posibilidad de articularlas o incluso de ingresar al campo de la investigación. Por lo tanto, es inconcebible que la calidad o la fuerza de la opinión científica informada sigan dependiendo de revisiones de publicaciones en revistas prestigiosas o las opiniones de científicos en puestos de alto rango.
   Nuestra desvinculación en 2005 de esta universidad privada no constituyó un fracaso sino la oportunidad de crear en Buenos Aires un espacio independiente para continuar ejerciendo la práctica y la enseñanza de la Terapia Neural con libertad y humildad: el Instituto Argentino de Terapia Neural y Medicina Integral. Y un ámbito para la experiencia transdisciplinaria. El programa de nuestros cursos anuales para médicos, odontólogos y veterinarios también incluyó a Jorge Rulli como docente invitado. Su exposición acerca de la mecánica del modelo de agro exportación y de los impactos eco toxicológicos ocultos tras los festejados records de cosechas de monocultivos transgénicos en Argentina brindó a los profesionales una percepción más amplia y sistémica del “proceso salud / enfermedad”. Ninguno estaba al tanto de la magnitud y gravedad del problema sanitario y ambiental infligido por el monocultivo de soja tolerante al herbicida glifosato al ecosistema rural argentino (humanos,  animales, plantas, suelo, agua, microorganismos, etc.).
   En los cursos de Terapia Neural intentamos que todo vestigio del apego a las bio-visiones mecanicistas que los participantes heredaron del industrialismo cartesiano atraviese una especie de terremoto. Les mostramos que la célula no está ensamblada como un juego de nano-Mecano, y tampoco como interminables piezas de nano-Rasti o nano-Lego, lo cual depende así de muchas acciones mecánicas fragmentadas del tipo empujar-tirar, conducir-ser conducido y bloquear-desbloquear. Gerald Pollack, en su libro “Células, geles y las maquinarias de la vida: un enfoque nuevo y unificador sobre la función celular” (2001), propone que el hardware molecular en verdad existe, pero los mecanismos explicativos, o sea, el software, podrían estar totalmente errados. Los colegas sienten el peso de la concepción de los biólogos moleculares que nos ha metido en un verdadero embrollo de innumerables engranajes y ruedas, puentes colgantes, receptores de membrana, canales, interruptores, transductores de señales, tornillos y tuercas moleculares engullendo energía como nuestros propios aparatos mecánicos, mientras todavía nos seguimos preguntando de dónde sale toda la energía involucrada en las milagrosas curaciones que presenciamos con la Terapia Neural.
   También gracias a Jorge y a su GRR, conocí en Montevideo, Uruguay, a Mae-Wan Ho, genetista y bióloga molecular china que dirige en Inglaterra el Instituto de Ciencia en Sociedad, institución independiente dedicada a denunciar los peligros del uso irresponsable de la tecnología transgénica. Ella llevaba varios años estudiando la naturaleza cristalino-líquida de los seres vivos y acababa de publicar su libro “El arco iris y el gusano” (2), un replanteo actualizador de la biofísica. Cuando apenas hojeé el ejemplar que la Dra. Ho en persona me obsequió, supe que volvería a casa pertrechado de mejores preguntas para continuar mis investigaciones sobre qué es la vida.
   La visión del organismo cristalino-líquido esbozada por la Dra. Ho me brindó herramientas nuevas para entender mejor la exquisita sensibilidad de los seres vivos ante señales débiles, es decir, para imaginar más floridamente cómo se universaliza en el paciente el influjo de nuestra pequeña inyección de procaína, presentándose curaciones inexplicables. Esta amplificación de impulsos poco intensos hacia resultados macroscópicos tan sorprendentes justamente plantea la necesidad de renovar nuestra concepción termodinámica de la vida. Hoy ya sabemos que la mayoría de hallazgos de Prigogine son sólo aplicables a un grupo de sistemas sumamente restringido, y que, en realidad, todavía no existe una termodinámica general de sistemas alejados del equilibrio y tampoco una teoría de la auto-organización.
   Según Mae-Wan Ho, ninguna parte del sistema tiene que ser empujada o dirigida hacia la acción, ni sujeta a regulación mecánica y control. En vez de ello, la acción coordinada de todas las partes depende de la veloz intercomunicación a través de todo el sistema. Para Brian Goodwin, célebre biólogo de concepción sistémica recientemente fallecido, el organismo es un sistema de “medios excitables”, o células y tejidos excitables capacitados para responder específica y desproporcionadamente (no linealmente) a señales débiles gracias a la gran cantidad de energía almacenada, la cual puede entonces amplificar la señal débil hacia una acción macroscópica. Nada que ver con la medicina alopática, una medicina con conocimientos arrancados a cadáveres, que en nada se parecen al ser vivo y vital. Como dice Fritjof Capra, "En el nuevo paradigma se invierte la relación entre las partes y el todo. Las propiedades de las partes solo pueden ser entendidas desde la dinámica del conjunto. En definitiva, no existen en modo alguno partes. Lo que llamamos parte es simplemente una pauta en una red inseparable de relaciones".
   En una consulta de Terapia Neural concebimos la enfermedad como una nueva propiedad emergente de la red de relaciones entre los diversos eventos irritativos sufridos por los pacientes a lo largo de su vida. Por ello no realizamos una historia clínica sino una “historia de vida”, que pone en evidencia esa sucesión de irritaciones que sacudieron el sistema nervioso autónomo del paciente. Me gustaría, para presentar este nuevo libro de Jorge Rulli, que los lectores imaginen conmigo que él es un Neuralterapeuta frente a su paciente…

   En esta crónica, Jorge Rulli realiza una “historia de vida” del “paciente” actualmente más mediático: el planeta Tierra. Un complejísimo sistema natural denominado Naturaleza por Humboldt, Biosfera por Vernadsky, Gaia por Lovelock y ecósfera por otros. Y ocupa la silla del paciente porque al poblarlo con 6.500 millones de seres humanos, nuestra especie no sólo es pionera en su boom reproductivo, sino también en alcanzar tan colosal capacidad de tapizar el planeta con huellas de destrucción y daño: extinción masiva de especies, deforestación a gran escala, degradación y erosión del suelo, contaminación del aire y el agua, y fuertes síntomas de calentamiento global. Además, la vida humana dista mucho de ser un picnic planetario para todos: más de mil millones de personas viven con hambre, permanentemente subnutridas, 400 millones sufren de obesidad y 1,2 millones más padecen de sobrepeso. Casi la mitad de la población mundial, 3 mil millones de personas, viven en la pobreza, y casi 1,4 mil millones sobreviven en una pobreza extrema. En el proceso, constatamos también un masivo vaciamiento de los pequeños pueblos. La gente se está mudando hacia las grandes ciudades a una velocidad nunca antes vista. Cada semana los asentamientos periurbanos del mundo reciben un millón trescientos mil nuevos inmigrantes, haciendo visibles junto a la crisis medioambiental, las crisis de salud y de comunidad.
   Las ansiedades se multiplican, el ambiente se desintegra, la temperatura sube mientras la capa de ozono se afina. La Jihad se engancha con McMundo en guerras sin sentido y atrocidades televisadas. El desplazamiento poblacional continúa junto a la desaparición de pueblos bajo tsunamis de olas tóxicas. Países apilan arsenales nucleares. Sus presidentes nos aseguran que  nos cocinarán “una torta más gruesa” mientras incrementan la inequidad y legitiman la tortura. Mientras los popes del ecologismo mundial como Lovelock y Brand ahora proponen la energía atómica como fuente segura de energía, se profundiza diariamente la herida asestada al Océano Pacífico por el viento radioactivo proveniente del reciente desastre nuclear japonés.
   A medida que la crisis climática se torna cada vez más visible, los nuevos hallazgos científicos indican una situación todavía más grave y las negociaciones internacionales al respecto exhiben una lentitud y una falta de ambición decepcionantes, la atracción por soluciones rápidas y emparches tecnológicos parece estar ganando terreno. La Geo-ingeniería –la modificación intencional a gran escala de océanos, atmósfera y suelos para contrarrestar los efectos del cambio climático- ha pasado en apenas pocos años desde el ámbito de la ciencia-ficción a ser ahora discutida por científicos oficiales, legisladores y medios de comunicación. Mientras tanto, casi nadie, incluso quienes trabajan en el tema del cambio climático, está al tanto de lo que pasa.
   Todas las empresas de las áreas de la biotecnología agrícola, los biocombustibles y la biología sintética están emprendiendo una feroz carrera en pos del desarrollo de cultivos transgénicos “climate-ready” que secuestrarán dióxido de carbono, reflejarán los rayos solares o superarán los estreses ambientales atribuibles al cambio climático (calor extremo, sequía, por ejemplo). Cultivados en amplias superficies a lo largo y ancho del planeta estos transgénicos son propuestos como la “curita” que nos salvará del calentamiento global en tanto nos proveen de alimento, forraje, combustible y fibras.

   Por todo esto, la ciencia que estudia el Cambio Ambiental Global (CAG) acuñó la refinada conceptualización de “Sistemas Humanos y Naturales Acoplados” (SHYNA) para referirse a la interacción entre humanos y ambiente. El concepto de SHYNA no sólo representa un acoplamiento de los dos sistemas, sino también el reconocimiento de que los dos sistemas interactúan recíprocamente y forman complejos bucles de retroalimentación. Podríamos decir que el CAG es SHYNA sometido a una auto prescripción de hormonas de crecimiento. En el pasado, y todavía en unos pocos lugares del planeta que están en proceso de desaparecer, los SHYNA eran bastante aislados y, por ende, sistemas dinámicos circunscriptos. Sociedades tribales y de bandas desarrollaban con frecuencia SHYNA sustentables aislados de otros sistemas humanos o intrusiones. Pero semejantes SHYNA no existen más. No hay literalmente ningún lugar en la Tierra que esté enteramente aislado; ni las nubes radioactivas ni el calentamiento global, ni otras amenazas ecológicas reconocen fronteras geográficas.
   Como “medico” del Nuevo paradigma, Jorge Rulli no intenta meramente catalogar los numerosos y tan graves síntomas de la ecósfera y mucho menos solamente proveer un diagnóstico y pronóstico. Ya sabemos que la perspectiva global es ominosa y va empeorando. La economía global demostró ser capaz de producir miseria y devastación ambientales al menos tan eficazmente como de generar riqueza. Pero también, el mundo sigue sumido en un círculo vicioso sumamente irritativo: La ciencia descubre otro impacto humano negativo sobre el medioambiente. Grupos ambientalistas manifiestan en las grandes orbes. Organizaciones comerciales y empresas llevan la contra. Los medios cubren episódicamente el reclamo de ambos bandos, y cada sucesivo asunto termina compartimentado e integrando una creciente lista de problemas no resueltos. Así, toda posibilidad de idear soluciones queda inhibida. Y el público permanece paralizado, hipnotizado frente al partido final de un fútbol cósmico en el que la naturaleza patea el último penal y es la dueña del estadio.
      En este libro, el “doctor” Rulli  ejerce con comodidad su rol de “Eco-Dr. House”, el brillante diagnosticador que hizo famoso la televisión por cable de todo el planeta. Muestra las diferentes formas en que las normas e instituciones de la sociedad industrial (determinación de riesgo, principio de aseguramiento, conceptos de accidente, prevención de desastre, etc.) pueden fallar. De hecho, las industrias controversiales carecen totalmente de cobertura de seguros privada o bien tienen una inadecuada. Esto ocurre con la energía atómica, la ingeniería genética (incluyendo sus actividades de investigación) y otros sectores de la producción de sustancias químicas altamente riesgosas. Aquello que rige férreamente para conductores de automóviles, la prohibición de circular sin seguro, parece no aplicarse a sectores industriales completos ni a tecnologías peligrosas donde los riesgos involucrados presentan demasiados problemas.
   En la sociedad industrial y la globalidad de sus efectos colaterales, dadas las divisiones y luchas de poder imperantes, mientras las decisiones adosadas a las dinámicas científica y técnico-económica sigan organizadas a los niveles nacionales y de las empresas industriales, las amenazas resultantes nos hacen a todos miembros de una sociedad de riesgo mundial.
   Obviamente, este es el “momento cosmopolita” de la crisis ecológica. Con la aparición del discurso ecológico, el fin del estado nacional se está tornando una experiencia cotidiana. La forma en que los distintos sectores políticos de Argentina utilizaron la campaña “Paren de Fumigar” del GRR muestra la fragilidad y el doble filo de las leyes sobre responsabilidad-causalidad y atención de damnificados porque su infatigable aplicación en administración, gobierno y justicia ahora produce el resultado opuesto: Los peligros crecen como resultado de ser convertidos en anónimos. Dicho de otra forma, las viejas rutinas de decisión, control y producción (en legislación, ciencia, administración, industria y política) ocasionan la destrucción material de la naturaleza y su normalización simbólica. O más concretamente, no es la violación de la norma sino la norma misma lo que “normaliza” la muerte de especies, ríos y humanos.
   En los capítulos de este libro veremos que seguimos creyendo que vivimos en democracia, pero nuestros votos electorales y nuestros impuestos sostienen en realidad a este fenómeno de “irresponsabilidad organizada”. El gobierno, la política, la industria y la investigación científica estatales establecen los criterios sobre aquello que es racional y seguro, con el resultado de que la concentración de vestigios de agroquímicos en nuestros alimentos aumenta, los índices de pobreza son mayores, el cáncer, las enfermedades autoinmunes y la obesidad y las malformaciones congénitas se tornan endémicos y sigue la lista...
   Paralela e independientemente a la explosividad material, la acción “discurso-estratégica” vuelve políticamente explosivos a los peligros que son normalizados en los circuitos de legitimación gubernamentales, legislativos y científicos y terminan esparciéndose incontrolablemente a escala global. Entonces el punto clave de la teoría de la sociedad de riesgo mundial es justamente el hecho negado a ultranza por nuestros gobernantes: los efectos colaterales invisibles de la producción industrial en realidad no son meramente problemas medioambientales. Más bien expresan la irrefutable existencia de una crisis institucional radical en los niveles nacionales de la modernidad industrial. Mientras los nuevos desarrollos científico-tecnológico-industriales sigan viéndose a través de la lente conceptual de la sociedad industrial, sus impactos continuarán concibiéndose como efectos colaterales negativos de acciones aparentemente justificables y calculables (“riesgos vestigiales”). Y la tendencia de este enfoque a subvertir sistemas e ilegitimizar principios básicos de racionalidad seguirá sin reconocerse. El significado político y cultural central de estos supuestos “avances” se torna visible solamente desde el horizonte conceptual que ve una agricultura produciendo alimento que únicamente destruye las economías agrícolas de otras naciones, los sistemas de salud pública que entronan curas químicas y quirúrgicas en vez de la prevención, la monopolización de patentes y las finanzas. Cuánta ineficiencia, cuanto trabajo en vano. Sin embargo, es el eje de nuestro sistema.

   En esta imaginada consulta, Jorge propone aplicar a la sanación de un sistema mundial de agro producción de alimentos en agonía concepciones semejantes a las que utilizamos en Terapia Neural. Mientras que la medicina alopática es casi impotente frente a las enfermedades autoinmunes como asimismo ante el amplísimo espectro de patología crónico-degenerativa, practicantes alternativos han obtenido un éxito dramático en frenarlas y revertirlas. Ninguno de ellos utiliza el enfoque alopático de forzar al cuerpo a cesar de hacer algo, como si el cuerpo estuviese actuando erróneamente. En lugar de ello, de un modo u otro, ellos buscan reconectar al paciente con algunas de las partes perdidas de su verdadera esencia conectada. Esto es medicina realmente holística, arte de curar. La sanación viene a través de la reconexión. Esta puede consistir en la restauración de la ecología corporal dañada a través de suplementos probióticos y alimentos fermentados vivos. Puede ser la reconexión con la naturaleza mediante plantas medicinales o alimentos integrales orgánicos que nos vuelven a relacionar con las otras formas de vida que se necesitan para restablecer la integridad. Y, claramente, no sólo es la reconexión que la Terapia Neural provoca con partes aisladas de nuestro propio ser ayudando con impulsos procaínicos a que el organismo “tramite” sus viejas irritaciones, los clásicos “campos interferentes” cuya existencia ni siquiera es reconocida por la ciencia de la separación. Hoy concibo a la Terapia Neural como una verdadera “medicina de la reconexión”.
   ¿Y cómo sería  entonces una “ecología de la reconexión”? Ninguno de los actuales planes para la sustentabilidad ecológica considera la necesidad, y menos aún la posibilidad, de un viraje económico marcha atrás. Incluso las prescripciones más ambientalmente conscientes enfocan un crecimiento “más inteligente” o apenas un poco más lento. Aquí veremos una prolífica descripción de la forma en que los zares de la soja transgénica se apropian del discurso de la eco-eficiencia, un concepto cada vez más popular utilizado por las empresas para describir crecientes adelantos en la utilización de materiales y el impacto ambiental. Pero ésta es sólo una pequeña parte de una trama de ideas y soluciones más rica y compleja. Sin un replanteo fundamental de la estructura y el sistema de recompensas del comercio, una eco-eficiencia “con anteojeras” podría ser desastrosa para el medioambiente al aplastar el ahorro de recursos con un crecimiento aún mayor de la producción de productos erróneos, producidos mediante procesos erróneos, a partir de materiales equivocados, en el lugar equivocado, a una escala equivocada, y entregados utilizando el modelo empresarial equivocado. Con tanto sobrepeso de equivocaciones, una producción correcta y más eficiente por sí misma se convertiría más en el enemigo que en un sirviente de una economía duradera, saludable. 
   Una reconciliación entre metas ecológicas y económicas no requiere solamente eco-eficiencia. Exige adicionalmente tres principios mutuamente interdependientes y reforzadores. El conocimiento convencional está equivocado en concebir las prioridades en materia de políticas económica, ambiental y social como elementos competitivos entre sí. Las mejores soluciones no se basan en regateos o equilibrios entre estos objetivos sino en un diseño de integración que logre plasmarlos conjuntamente, a todo nivel. Desde dispositivos técnicos hasta sistemas de producción, pasando por empresas, sectores económicos, ciudades y sociedades enteras. Se trata de integrar y restaurar. De imaginar cómo nuestras vidas y la vida misma revolucionarán todas las tecnologías.
   Reiteradamente, Jorge recurre como herramienta de reconexión a la “jeringa” de la Ecología Profunda. El término “ecología profunda” hace alusión a la profundidad de los cuestionamientos e interrogantes que nos planteamos al explorar la vida con una visión ecológica. Algo bien diferente a la mera protección ambiental enarbolada por un ecologismo “superficial” que no está viendo cuan impune y hábilmente nos están convirtiendo la biosfera en una “verde” industriósfera. Ciertamente necesitamos bases filosóficas apoyadas por una ciencia moderna con enfoque sistémico. Pero enraizada en una percepción de la realidad que va más allá de la estructura científica y que incluye el conocimiento intuitivo de la unidad de la vida, de su interdependencia y sus ciclos de cambio y transformación. Una verdadera experiencia espiritual. Pero como ecólogos profundos no proponemos únicamente una nueva filosofía, sino también la resucitación de una conciencia que siempre fue nuestra, que imita a la naturaleza. Hoy vemos con sumo regocijo que la transición del crecimiento material al crecimiento interior ha comenzado y es impulsada por individuos, grupos, asociaciones, movimientos y pueblos enteros del “miembro” latinoamericano del cuerpo planetario.
   Claro que nuestra civilización tecnológica y globalizada puede caer en el caos y la anarquía. Pero este peor escenario implica el previo fracaso de nuestro trabajo “médico” relacionado con ayudar al paciente a superar su estrechez de mente, la cual es uno de los tres venenos generadores de enfermedad en la medicina tibetana, junto al deseo y el odio. Y en esta veta el impulso educador del GRR permea toda la trama de esta obra. Queremos estar aquí dentro de 10.000 años. Y discutimos acerca de las fuentes seguras de energía y alimento para lograrlo. Pero quizás ese no es el problema principal. Al paso que vamos, terminaremos envenenados con la polución ambiental mucho antes de consumir el planeta.
   Intelectualmente, también debemos considerar que, según el punto de unión entre los dictados de la termodinámica y la neurotoxicología, la contaminación ambiental aumentará como función de la creciente magnitud poblacional. Sin embargo, ¿estamos tomando en cuenta que, en el corto plazo, si existe una conexión entre polución ambiental y daño al sistema nervioso, la incidencia de daño neural aumentará a medida que aumente la población? De forma similar, dado el incremento de la expectativa de vida, aumentará la exposición a sustancias neurotóxicas y, por ende, no resulta descabellado predecir que la incidencia de enfermedades neurodegenerativas también aumentará. ¿Son estos fenómenos auto-limitativos? Si no lo son, ¿podemos estimar la magnitud de tales problemas que las generaciones venideras tendrán que enfrentar? Con tiempo, solvencia económica suficiente y fuerza humana, muchos de estos problemas podrían resolverse. En realidad, debemos hacerlo. De lo contrario, las consecuencias serán casi Orwellianas.
   Pero educación y reconexión mediante, podemos evolucionar hacia un mundo más humano y sustentable. Las buenas noticias son que las cosas pueden ser “sanadas”. Y la única manera en que podemos hacerlo es compartiendo, mediante una reestructuración para una igualdad de derechos económicos, tal como hoy en día se asume tenemos igualdad de derechos políticos. Muchos, incluso algunos popes del pensamiento alternativo mundial, hablan sobre cómo la guerra produce cantidad de innovación tecnológica. Tonterías. Lo que genera la innovación es aplicarle dinero y horas al problema. Quienes vienen haciéndolo con el tema de una economía verdaderamente sustentable, sana y justa, han descubierto que con sólo un octavo del dinero gastado anualmente en armamento y actividades bélicas en el planeta, podríamos erradicar la pobreza mundial y poner en marcha un sistema generador de energía sustentable.
   Gregory Bateson, autor de “Pasos hacia una ecología de la mente” y propulsor del pensamiento ecológico mundial de vanguardia, desde la década del 60 se preocupó por las conexiones entre ciencia, belleza y moralidad, examinando a lo largo de toda su obra los vínculos entre cómo conocemos nuestro mundo, qué reconocemos como lindo o feo, elegante o crudo, y los fundamentos a partir de los cuales justificamos nuestras acciones. El sostenía que si no comprendemos nuestra propia naturaleza interconectada, nuestros logros estarán mal direccionados, resultando en fealdad y equivocación. La conexión requiere responsabilidad para con aquello de lo que formamos parte. Su tan mentado “mantra”, “la pauta que conecta”, gana significado en este contexto: separamos nuestro conocimiento científico de nuestras valoraciones estéticas y de nuestra comprensión de lo correcto o equivocado. Este patrón de conocimiento fracasa en conectar lo que debería ser un todo integrado. Terminamos deduciendo nuestras éticas a partir de religiones fragmentadas, sistemas filosóficos desactualizados o expeditividad social. Según Bateson, lo que necesitamos es una reconexión con la conciencia acerca de la trama de la vida de modo que, al seguir las indicaciones provistas por aquello que reconocemos como  bello (y, por ende, sistémicamente saludable), podemos darnos cuenta de qué es acción correcta por nosotros mismos y por todos aquellos seres vivos con los cuales estamos conectados.
   Entonces, estimados lectores, bienvenidos a la ecología de la reconexión. Y hablando en serio, creemos que las prescripciones del “doctor” Rulli servirán como guía para todo pensador o activista modernos si queremos recuperar nuestra esperanza de que el “CAG” no se convierta en una “CAGADA”.

                                                                                              Dr. Jorge Kaczewer
                                                                                              23 de mayo de 2011



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