Prólogo
escrito en mayo de 2011 para el libro “Semillas de Consciencia” de Jorge Rulli,
fundador del GRR, Grupo de Reflexión Rural (www.grr.org.ar).
Jorge Kaczewer es médico egresado de la UBA, investigador y divulgador
científico de temas ecológicos y toxicológicos. Durante su juventud, participó en
las primeras revistas de periodismo alternativo argentinas, “Expreso
Imaginario”, “Zaff!!, la revista del tiempo que no llegó”, “Pan Caliente” y
“Uno Mismo”. Como uno de los pioneros del movimiento agroecológico argentino
impulsó la creación del MAPO, Movimiento Argentino para la Producción Orgánica,
donde se desempeñó como integrante del Consejo de Investigación y del Área
Médica. Es autor de los libros Riesgos Transgénicos para la Salud Humana, editado por MAPO,
y La Amenaza Transgénica,
publicado por Editorial del Nuevo Extremo. Actualmente es integrante del GRR
(Grupo de Reflexión Rural) y sus ensayos ecotoxicológicos sobre los peligros
sanitarios y ecológicos del herbicida glifosato que forman parte de la campaña
“Pueblos Fumigados” de esta ONG (también compilados en el libro homónimo que
lanzó Ed. Del Nuevo Extremo) han sido traducidos a más de 10 idiomas y
reproducidos en centenares de sitios web de todo el mundo.
Hoy es médico
Terapeuta Neural certificado por CIMA Colombia (Centro de Investigaciones en
Medicina Alternativa), ACONMB Colombia (Asociación Colombiana de Odontología
Neurofocal y Medicina Biológica) y la Asociación Médica
Internacional de Terapia Neural según Huneke. En 2005 fundó, y dirige hasta la
fecha, el Instituto Argentino de Terapia
Neural y Medicina Integral - Buenos Aires, Argentina
(www.neuralterapianet.blogspot.com.ar)
Empecé a estudiar medicina en 1978, durante
la última dictadura militar. Incursioné desde ese mismo año en el periodismo
alternativo argentino, escribiendo en revistas como “Expreso Imaginario”,
“Zaff”, “Pan Caliente” y “Uno Mismo”, pioneras en la difusión local de
contenidos relacionados con la agro-ecología y la medicina holística. En 1983,
organicé una mesa redonda en la
Universidad de Belgrano sobre “Nutrición y Ecología”,
aprovechando la conmemoración del Día Mundial de la Alimentación para
reunir por primera vez en un debate interdisciplinario a científicos
“alternativos” y “oficiales”. Yo meditaba, era vegetariano y hacía yoga desde
1977. Mis fines de semana de soltero consistían en aprender y practicar la
agricultura orgánica en las granjas y huertas del conurbano bonaerense de los
pocos amigos iniciados en el tema. Y con sus productos, realicé el primer
reparto domiciliario porteño de alimentos orgánicos en 1984. Mientras tanto, mi
mejor herramienta para seguir aprendiendo era escribir artículos sobre
naturismo, medicina alternativa y ecología. Así, tras reunir a mis amigos y
proveedores para una nota cubriendo el fenómeno incipiente de hacer agricultura
orgánica en nuestro país, nació en 1985 la primera organización nacional
dedicada exclusivamente a la temática agroecológica, “CENECOS”, Centro de
Estudios de Cultivos Orgánicos.
Paralelamente a la experiencia
con la tierra y a ser parte de la gestación del movimiento agroecológico
argentino, mi pasión por la medicina crecía mientras repartía en partes iguales
mi tiempo de estudio entre las materias alopáticas y las experiencias y cursos
sobre alternativas terapéuticas asombrosas tales como la medicina oriental y la
homeopatía. Tomé contacto en 1981 con la Antroposofía de
Steiner en seminarios de medicina antroposófica. Conocer las abarcativas
aplicaciones del pensamiento no lineal de Rudolf Steiner –en medicina, trabajo
corporal, agricultura, alimentación, pedagogía, arquitectura y
espiritualidad- constituyó mi primer
acercamiento a una nueva percepción de la realidad basada en una comprensión
sistémica y compleja de la vida en todos los niveles de los sistemas vivientes:
organismos, sistemas sociales y ecosistemas. Y me inculcó el “vicio” de nunca
“permanecer callado” (Must I remain
silent?, título de la autobiografía de Steiner).
Me recibí en el 87’ y desde el 92’ al 99’ fui el médico rural
“alternativo” de San Marcos Sierras, un vallecito del noroeste cordobés. En
este pueblo de costumbres rurales y su característico cálido microclima
generado por el “útero” de sierras circundantes, decenas de familias de
paisanos que sólo consumían alopatía accedieron a esta “medicina de gotitas y
bolitas” gracias a la cual sus niños dejaron de enfermar “a cada rato”. En su
crianza, mis tres hijas jamás precisaron un antibiótico ni una aspirineta. Allí,
muy lejos de nuestro origen urbano, mi familia aprendió a vivir con
simplicidad. Empezamos a “volvernos nativos de América”, como dice el poeta
Gary Snider.
Pero sobre todo, allí tuve acceso al tiempo
necesario para seguir estudiando. Y en 1996, en un viaje de dos meses a
Popayán, Colombia, comencé mi formación en la práctica médica que transformaría
radicalmente mi concepción de la vida, el proceso salud / enfermedad y la
ecología: la Terapia
Neural. Esta medicina combina importantes descubrimientos de
la neurofisiología rusa y alemana de vanguardia de comienzos del siglo XX y los
aportes más radicales de la investigación científica actual con un enfoque no
centrado en patologías o diagnósticos, sino en seres humanos únicos y capaces,
que se encentran en una etapa trascendental de su proceso vital de aprendizaje.
Formarse como neuralterapeuta implica una exploración de los más diversos campos del
conocimiento científico, tales como la antropología médica, la filosofía de la
ciencia, la física cuántica, la biofísica y la bioquímica avanzadas, la
cibernética, el pensamiento complejo, la teoría del caos, la teoría de
sistemas, las neurociencias, la biología, la psicología del desarrollo, la
sociología, las matemáticas de la no linealidad, los fractales, la
investigación de energía sutil, la intercomunicación, la termodinámica y las
propiedades cristalino-líquidas de los organismos vivos, etc.
Así define a la TN mi maestro, el médico
colombiano Julio César Payán de la
Roche: “Es un
pensamiento y una práctica de tipo médico social sanitario, contestatario y
propositivo a la vez, alternativo y holístico en su concepción, no hegemónico,
empírico e intuitivo, dialéctico, revolucionario, humanista, singular e
irrepetible en su práctica, que devuelve al ser vital sus potencialidades y
capacidades de curación y auto-eco-organización, permitiéndole un
relacionamiento armónico consigo mismo, con su comunidad social y con el
universo. Para lograr esto pone impulsos inespecíficos en lugares específicos
del Sistema Nervioso del enfermo, elegidos según su particular historia”.
Como neuralterapeutas,
enfrentamos dilemas candentes. Intentamos curar en el contexto de un complejo
médico tecnológico-industrial todavía “adicto” a una visión mecanicista de la
vida y la enfermedad. Sobrevivimos al bombardeo de seductoras ofertas con las
que los laboratorios farmacológicos nos premiarían si hubiésemos vendido sus
productos en nuestros “mostradores”. Los padecimientos de nuestros pacientes
confirman la falsedad con que la ciencia médica prometió en la década del 60’ erradicar la mayoría de
enfermedades hacia finales del milenio. Medio siglo después, de la ilusión de
una vida “científicamente” realzada, libre de enfermedades cardiovasculares,
cáncer, artritis, diabetes y accidentes cerebro vasculares, solo queda el
recuerdo del eslogan de la campaña, “Salud para Todos en el año 2000”. Y a pesar de que los
medios masivos de comunicación continúan festejando los avances en medicina
molecular, genética y nanotecnológica, ninguna de estas graves enfermedades ha
sido “conquistada” durante los últimos treinta años. Es más, hoy estamos
sumidos en una nueva epidemia conformada por docenas de padecimientos
anteriormente muy infrecuentes o inexistentes que eluden la capacidad curativa
de la medicina tecnológica. Entre estos, los dos más obvios son la obesidad y
la enfermedad autoinmune. La prevalencia de muchos de los diagnósticos
incluidos en la autoinmunidad es mucho mayor que la de una generación atrás,
por varios órdenes de magnitud en algunos casos.
Una enfermedad autoinmune surge a partir de
una confusión de lo “propio” con lo “otro”. En la esclerosis múltiple, por
ejemplo, el sistema inmunitario monta un ataque contra las vainas de mielina
tal como si estas fuesen tejido foráneo. A un nivel colectivo, encarnamos una
confusión análoga cada vez que tratamos a la naturaleza como a un oponente.
Nuestras tecnologías, tanto las materiales como las sociales o las personales,
son usualmente las tecnologías del control. En las ortodoxias médica y
veterinaria esto es la norma: antibióticos de ultimísima generación para
controlar a bacterias multi-resistentes, estatinas para mantener a raya el
colesterol y altas dosis de corticoides para hacer algo cuando es imposible
controlar nada. En la agricultura y la producción de alimentos, “mesma coisa”.
Desde mi juventud vengo presenciando cómo
los seres humanos, operando desde el miedo, quedamos atrapados en la
estrecha visión de que la única manera de resolver el hambre es vencer la
escasez; y que sólo podremos lograrlo mediante interminables intervenciones
para aumentar la producción. Y pese a que llevo tres décadas estudiando,
investigando y difundiendo información, evidencias y experiencias que destrozan
este tipo de mito, la lucha estrechamente enfocada contra la escasez continúa.
Según el esquema mental de la escasez, no tenemos más opción que seguir por la
destructiva senda química. Hoy en día se utilizan en el mundo por lo menos 600
diferentes agroquímicos y entre 45.000 y 50.000 fórmulas comerciales que pueden
incluir como ingredientes activos una o más de estas sustancias tóxicas.
Sabemos que el exceso de
Yang conduce al surgimiento del Yin. Habiendo conquistado el ambiente externo,
nuevas plagas asolan al interno, y su origen radica, en gran parte, en las
mismas tecnologías que usamos para “vencer” a la naturaleza. Mientras la
ortodoxia alopática continúa asociando la limpieza, la esterilidad y el
aislamiento del mundo de los “gérmenes” con la salud y celebrando que la guerra
contra la patología infecciosa fue ganada mediante la sanidad, las vacunas y
los antibióticos, ahora enfrentamos un alarmante aumento de la resistencia a
antibióticos en cada vez más bacterias. Y a la enorme incidencia actual de
enfermedades autoinmunes tales como enfermedad de Crohn, espondilitis
anquilosante, lupus, artritis reumatoide, enfermedad celíaca, enfermedad de
Addison, diabetes tipo 1, enfermedad de Graves, endometriosis, algunas
hepatitis, esclerosis múltiple, etc., contribuyen el exceso de pesticidas, herbicidas,
metales pesados, aditivos alimentarios, química de limpieza y cosmética
hogareñas y la polución industrial –siendo todos estos nuevamente, agentes o
subproductos de nuestra aparente victoria sobre la naturaleza.
En síntesis, las causas de la
patología crónico-degenerativa de nuestros pacientes yacen en las dietas
industrializadas, la agricultura industrializada, la medicina industrializada y
los estilos de vida industrializados. Irónicamente, para paliar temporalmente
la sintomatología autoinmune luego de infructuosos y carísimos tratamientos, la
oferta final de la medicina alopática es la supresión del sistema inmunitario
mediante dosis masivas de corticoides. O sea, el intento de enfrentar las
consecuencias del control excesivo a través del ejercicio de un control todavía
mayor. No debería sorprendernos que una intensificación de los métodos y
concepciones subyacentes a estas nuevas epidemias terminen trayendo aún más de
lo mismo.
A partir del
año 2000 volví a Buenos Aires y retomé mi compromiso con el movimiento
ecologista argentino, escribiendo “Riesgos transgénicos para la salud humana”,
mi primer trabajo de divulgación científica publicado en 2001 por el MAPO
(Movimiento Argentino para la Producción Orgánica). Durante la difusión de este
libro sobre los peligros para la salud humana debidos al consumo de alimentos
transgénicos conocí a Jorge Rulli. Él venía denunciando desde hacía años
las consecuencias
sanitarias, sociales, económicas, políticas y ambientales de la irrestricta
implementación de las aplicaciones agroalimentarias de la tecnología
transgénica, del modelo neocolonialista del complejo mundial de la soja. Cómo
no nos íbamos a encontrar si está más que claro que la medicina
global presenta los mismos y fundamentales problemas ecológicos de la
agricultura global y la economía global petroquímica. Son disruptivas al punto
de poner en cortocircuito un complicado e interconectado sistema de sufrimiento
y significado.
Todavía
resuenan en mí los acordes y melodías de tanto trabajo compartido primeramente
con la REDAST,
Red Alerta sobre Transgénicos, agrupación que Rulli conducía junto a Adolfo Boy,
Lilian Joensen, Stella Semino y otros compañeros, y luego con el GRR, su Grupo
de Reflexión Rural. No uso los términos musicales inocentemente: me sentía
parte de una orquesta haciendo free jazz con la ecología. Improvisando eventos
y campañas afinados con cada nueva estratagema urdida por representantes de laboratorios biotecnológicos, asesores científicos
gubernamentales y comunicadores pro transgénicos para promover la seguridad, la
efectividad y la expansión de la tecnología transgénica.
Participé en
agosto de 2002 en el
taller “Catástrofe alimentaria y modelo biotecnológico”, organizado por la REDAST en el marco del Foro Social Mundial en Buenos
Aires, con la fundamentación científica de la presentación del proyecto de ley
por iniciativa popular de “Acceso a alimentos seguros” de la REDAST. Llevamos
el debate a la universidad ese mismo año con las conferencias “Riesgos
sanitarios del consumo masivo de soja tolerante al glifosato”, en el marco del
ciclo de conferencias sobre problemática ambiental organizado por la FUBA, en la Facultad de Ciencias
Exactas de Buenos Aires y “Soja y sometimiento. Las transnacionales de la
alimentación y el destino del país”, en
el ciclo de foros organizado por la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y
Letras.
En 2003, en pleno auge de la campaña “Soja
Solidaria”, representamos la voz disidente en el documental “Soja: ¿panacea
nutricional o arma silenciosa?”, producido por el difunto cineasta Nicolás
Sarquís para el ciclo semanal “El Visionario” del canal de televisión estatal,
con una audiencia estimada en 7 millones de televidentes. Qué frustrante
constatar que la frontera de la soja continuó expandiéndose sin pausa. Es que para la
mayoría, el medio para “ganarse la vida” está demasiado atado al sistema. Por
ende, hasta que el sistema comience a tambalear, continuarán ignorando las
ineficiencias e injusticias, los daños que su modo de vida imparte en la
periferia.
Llevaba un año conduciendo en la Universidad Maimónides
de Buenos Aires la Unidad
de Terapia Neural del Departamento de Medicinas Complementarias e Integrativas
fundado por el recientemente fallecido doctor Ignacio Fojgel, cuando Jorge
Rulli nos visitó y nos entrevistamos con el director de esta pujante academia
privada. Trabajábamos bajo la constante presión del establishment médico que
consideraba que la TN
carecía de fundamento científico. Yo estaba haciendo Terapia Neural en un
hospital universitario y me exigían explicar “la ciencia detrás de esta medicina”. No les importaba que en nuestro consultorio externo los
pacientes mejoraran. Tampoco les importó el mensaje de Rulli. Es
que pocas universidades del planeta toman en cuenta que la ciencia no es
verdaderamente ciencia a menos que opere desde una perspectiva ecológica
tomando en cuenta las consecuencias últimas de sus proposiciones y
descubrimientos, especialmente tratándose de las obvias consecuencias tecnológicas
de las aplicaciones científicas tales como armas, contaminantes, economías
basadas en recursos no renovables y tecnologías peligrosas como la ingeniería
genética.
Queda claro que vivimos
en una época dominada por una cosmovisión científica “oficial” que parece
modelar el mundo en detrimento de los seres vivos que lo habitan y ser incapaz
de impedir que el mundo haya entrado en tan grave crisis. Una “mala” ciencia que ocasionó muchos de los principales
problemas que hoy enfrentamos, amén de su peligrosa alianza con intereses
comerciales, cuya influencia parece generar en los científicos una ceguera
selectiva que los conduce a ignorar o malinterpretar la evidencia científica.
Es más, un análisis de propuestas de instituciones internacionales recientemente
creadas confirma la existencia de un complejo sistema destinado a impedir la
publicación de hallazgos disidentes. Su objetivo es altruistamente disfrazado:
“generar mayor coincidencia entre la investigación estratégica financiada
estatalmente y las necesidades de la industria”; o “apoyar el desarrollo de una
amplia plataforma de investigación interdisciplinaria y formación académica
para ayudar a la industria, el comercio y el gobierno a generar riqueza”. Y los
subsidios siguen repartiéndose “para entusiasmar a las universidades a
“trabajar más efectivamente en conjunto con el ámbito comercial”. Pero la
realidad es que a lo largo de las últimas dos décadas, gigantescas empresas
impusieron el tipo de ciencia e investigación prioritario para su propio
enriquecimiento, sometiendo nuestras academias a una antiética explotación.
La supresión del disenso
devela la existencia de un “complejo académico-industrial-militar mundial” en
pleno desarrollo que atenta contra la investigación abierta y desinteresada de
las causas de los procesos naturales. El patrón
de supresión de la información disidente se oculta tras la tendenciosidad en
las citas, publicaciones y en su análisis, deprivando a aquellos con otras
opiniones y visiones de toda posibilidad de articularlas o incluso de ingresar
al campo de la investigación. Por lo tanto, es inconcebible que la calidad o la
fuerza de la opinión científica informada sigan dependiendo de revisiones de
publicaciones en revistas prestigiosas o las opiniones de científicos en
puestos de alto rango.
Nuestra desvinculación en 2005 de esta
universidad privada no constituyó un fracaso sino la oportunidad de crear en
Buenos Aires un espacio independiente para continuar ejerciendo la práctica y
la enseñanza de la
Terapia Neural con libertad y humildad: el Instituto
Argentino de Terapia Neural y Medicina Integral. Y un ámbito para la
experiencia transdisciplinaria. El programa de nuestros cursos anuales para
médicos, odontólogos y veterinarios también incluyó a Jorge Rulli como docente
invitado. Su exposición acerca de la mecánica del modelo de agro exportación y
de los impactos eco toxicológicos ocultos tras los festejados records de
cosechas de monocultivos transgénicos en Argentina brindó a los profesionales
una percepción más amplia y sistémica del “proceso salud / enfermedad”. Ninguno
estaba al tanto de la magnitud y gravedad del problema sanitario y ambiental
infligido por el monocultivo de soja tolerante al herbicida glifosato al ecosistema rural argentino (humanos, animales, plantas, suelo, agua,
microorganismos, etc.).
En los cursos de Terapia Neural
intentamos que todo
vestigio del apego a las bio-visiones mecanicistas que los participantes heredaron
del industrialismo cartesiano atraviese una especie de terremoto. Les
mostramos que la célula no está ensamblada como un juego de nano-Mecano, y
tampoco como interminables piezas de nano-Rasti o nano-Lego, lo cual depende
así de muchas acciones mecánicas fragmentadas del tipo empujar-tirar,
conducir-ser conducido y bloquear-desbloquear. Gerald Pollack, en su libro
“Células, geles y las maquinarias de la vida: un enfoque nuevo y unificador
sobre la función celular” (2001), propone que el hardware molecular en verdad
existe, pero los mecanismos explicativos, o sea, el software, podrían estar
totalmente errados. Los
colegas sienten el peso de la concepción de los biólogos
moleculares que nos ha metido en un verdadero embrollo de innumerables
engranajes y ruedas, puentes colgantes, receptores de membrana, canales,
interruptores, transductores de señales, tornillos y tuercas moleculares
engullendo energía como nuestros propios aparatos mecánicos, mientras todavía
nos seguimos preguntando de dónde sale toda la energía involucrada en las
milagrosas curaciones que presenciamos con la Terapia Neural.
También
gracias a Jorge y a su GRR, conocí en Montevideo, Uruguay, a Mae-Wan Ho,
genetista y bióloga molecular china que dirige en Inglaterra el Instituto de
Ciencia en Sociedad, institución independiente dedicada a denunciar los peligros
del uso irresponsable de la tecnología transgénica. Ella llevaba varios años
estudiando la naturaleza cristalino-líquida de los seres vivos y acababa de
publicar su libro “El arco iris y el gusano” (2), un replanteo actualizador de
la biofísica. Cuando apenas hojeé el ejemplar que la Dra. Ho en persona me
obsequió, supe que volvería a casa pertrechado de mejores preguntas para
continuar mis investigaciones sobre qué es la vida.
La visión
del organismo cristalino-líquido esbozada por la Dra. Ho me brindó herramientas
nuevas para entender mejor la exquisita
sensibilidad de los seres vivos ante señales débiles, es decir, para imaginar
más floridamente cómo se universaliza en el paciente el influjo de nuestra
pequeña inyección de procaína, presentándose curaciones inexplicables. Esta
amplificación de impulsos poco intensos hacia resultados macroscópicos tan
sorprendentes justamente plantea la necesidad de renovar nuestra concepción
termodinámica de la vida. Hoy ya sabemos que la mayoría de hallazgos de Prigogine
son sólo aplicables a un grupo de sistemas sumamente restringido, y que, en
realidad, todavía no existe una termodinámica general de sistemas alejados del
equilibrio y tampoco una teoría de la auto-organización.
Según Mae-Wan Ho, ninguna parte del sistema
tiene que ser empujada o dirigida hacia la acción, ni sujeta a regulación
mecánica y control. En vez de ello, la acción coordinada de todas las partes
depende de la veloz intercomunicación a través de todo el sistema. Para Brian
Goodwin, célebre biólogo de concepción sistémica recientemente fallecido, el
organismo es un sistema de “medios excitables”, o células y tejidos excitables
capacitados para responder específica y desproporcionadamente (no linealmente)
a señales débiles gracias a la gran cantidad de energía almacenada, la cual
puede entonces amplificar la señal débil hacia una acción macroscópica. Nada que
ver con la medicina alopática, una
medicina con conocimientos arrancados a cadáveres, que en nada se parecen al
ser vivo y vital. Como dice Fritjof Capra, "En el nuevo paradigma
se invierte la relación entre las partes y el todo. Las propiedades de las
partes solo pueden ser entendidas desde la dinámica del conjunto. En
definitiva, no existen en modo alguno partes. Lo que llamamos parte es simplemente
una pauta en una red inseparable de relaciones".
En una consulta de Terapia Neural concebimos
la enfermedad como una nueva propiedad emergente de la red de relaciones entre
los diversos eventos irritativos sufridos por los pacientes a lo largo de su
vida. Por ello no realizamos una historia clínica sino una “historia de vida”,
que pone en evidencia esa sucesión de irritaciones que sacudieron el sistema
nervioso autónomo del paciente. Me gustaría, para presentar este nuevo libro de
Jorge Rulli, que los lectores imaginen conmigo que él es un Neuralterapeuta
frente a su paciente…
En esta crónica, Jorge Rulli realiza una
“historia de vida” del “paciente” actualmente más mediático: el planeta Tierra. Un
complejísimo sistema natural denominado Naturaleza por Humboldt, Biosfera por
Vernadsky, Gaia por Lovelock y ecósfera por otros. Y ocupa la silla del
paciente porque al poblarlo con 6.500 millones de seres humanos, nuestra
especie no sólo es pionera en su boom reproductivo, sino también en alcanzar
tan colosal capacidad de tapizar el planeta con huellas de destrucción y daño:
extinción masiva de especies, deforestación a gran escala, degradación y
erosión del suelo, contaminación del aire y el agua, y fuertes síntomas de
calentamiento global. Además, la vida humana dista mucho de ser un picnic
planetario para todos: más de mil millones de personas viven con hambre,
permanentemente subnutridas, 400 millones sufren de obesidad y 1,2 millones más
padecen de sobrepeso. Casi la mitad de la población mundial, 3 mil millones de
personas, viven en la pobreza, y casi 1,4 mil millones sobreviven en una
pobreza extrema. En el proceso, constatamos también un masivo vaciamiento de
los pequeños pueblos. La gente se está mudando hacia las grandes ciudades a una
velocidad nunca antes vista. Cada semana los asentamientos periurbanos del
mundo reciben un millón trescientos mil nuevos inmigrantes, haciendo visibles
junto a la crisis medioambiental, las crisis de salud y de comunidad.
Las ansiedades se multiplican, el ambiente
se desintegra, la temperatura sube mientras la capa de ozono se afina. La Jihad se engancha con
McMundo en guerras sin sentido y atrocidades televisadas. El desplazamiento
poblacional continúa junto a la desaparición de pueblos bajo tsunamis de olas
tóxicas. Países apilan arsenales nucleares. Sus presidentes nos aseguran
que nos cocinarán “una torta más gruesa”
mientras incrementan la inequidad y legitiman la tortura. Mientras los popes
del ecologismo mundial como Lovelock y Brand ahora proponen la energía atómica
como fuente segura de energía, se profundiza diariamente la herida asestada al
Océano Pacífico por el viento radioactivo proveniente del reciente desastre
nuclear japonés.
A medida que la crisis climática se torna cada vez más visible, los
nuevos hallazgos científicos indican una situación todavía más grave y las
negociaciones internacionales al respecto exhiben una lentitud y una falta de
ambición decepcionantes, la atracción por soluciones rápidas y emparches
tecnológicos parece estar ganando terreno. La Geo-ingeniería –la
modificación intencional a gran escala de océanos, atmósfera y suelos para
contrarrestar los efectos del cambio climático- ha pasado en apenas pocos años
desde el ámbito de la ciencia-ficción a ser ahora discutida por científicos
oficiales, legisladores y medios de comunicación. Mientras tanto, casi nadie,
incluso quienes trabajan en el tema del cambio climático, está al tanto de lo
que pasa.
Todas las empresas de las áreas de la
biotecnología agrícola, los biocombustibles y la biología sintética están
emprendiendo una feroz carrera en pos del desarrollo de cultivos transgénicos
“climate-ready” que secuestrarán dióxido de carbono, reflejarán los rayos
solares o superarán los estreses ambientales atribuibles al cambio climático
(calor extremo, sequía, por ejemplo). Cultivados en amplias superficies a lo
largo y ancho del planeta estos transgénicos son propuestos como la “curita”
que nos salvará del calentamiento global en tanto nos proveen de alimento,
forraje, combustible y fibras.
Por todo esto, la ciencia que estudia el
Cambio Ambiental Global (CAG) acuñó la refinada conceptualización de “Sistemas
Humanos y Naturales Acoplados” (SHYNA) para referirse a la interacción entre
humanos y ambiente. El concepto de SHYNA no sólo representa un acoplamiento de
los dos sistemas, sino también el reconocimiento de que los dos sistemas
interactúan recíprocamente y forman complejos bucles de retroalimentación.
Podríamos decir que el CAG es SHYNA sometido a una auto prescripción de
hormonas de crecimiento. En el pasado, y todavía en unos pocos lugares del
planeta que están en proceso de desaparecer, los SHYNA eran bastante aislados
y, por ende, sistemas dinámicos circunscriptos. Sociedades tribales y de bandas
desarrollaban con frecuencia SHYNA sustentables aislados de otros sistemas
humanos o intrusiones. Pero semejantes SHYNA no existen más. No hay
literalmente ningún lugar en la
Tierra que esté enteramente aislado; ni las nubes
radioactivas ni el calentamiento global, ni otras amenazas ecológicas reconocen
fronteras geográficas.
Como “medico” del Nuevo paradigma, Jorge
Rulli no intenta meramente catalogar los numerosos y tan graves síntomas de la ecósfera
y mucho menos solamente proveer un diagnóstico y pronóstico. Ya sabemos que la
perspectiva global es ominosa y va empeorando. La economía global demostró ser
capaz de producir miseria y devastación ambientales al menos tan eficazmente
como de generar riqueza. Pero también, el mundo sigue sumido en un círculo
vicioso sumamente irritativo: La ciencia descubre otro impacto humano negativo
sobre el medioambiente. Grupos ambientalistas manifiestan en las grandes orbes.
Organizaciones comerciales y empresas llevan la contra. Los medios cubren
episódicamente el reclamo de ambos bandos, y cada sucesivo asunto termina
compartimentado e integrando una creciente lista de problemas no resueltos.
Así, toda posibilidad de idear soluciones queda inhibida. Y el público
permanece paralizado, hipnotizado frente al partido final de un fútbol cósmico
en el que la naturaleza patea el último penal y es la dueña del estadio.
En este
libro, el “doctor” Rulli ejerce con
comodidad su rol de “Eco-Dr. House”, el brillante diagnosticador que hizo
famoso la televisión por cable de todo el planeta. Muestra las diferentes
formas en que las normas e instituciones de la sociedad industrial
(determinación de riesgo, principio de aseguramiento, conceptos de accidente,
prevención de desastre, etc.) pueden fallar. De hecho, las industrias
controversiales carecen totalmente de cobertura de seguros privada o bien
tienen una inadecuada. Esto ocurre con la energía atómica, la ingeniería
genética (incluyendo sus actividades de investigación) y otros sectores de la
producción de sustancias químicas altamente riesgosas. Aquello que rige
férreamente para conductores de automóviles, la prohibición de circular sin
seguro, parece no aplicarse a sectores industriales completos ni a tecnologías
peligrosas donde los riesgos involucrados presentan demasiados problemas.
En la sociedad industrial y la
globalidad de sus efectos colaterales, dadas las divisiones y luchas de poder
imperantes, mientras las decisiones adosadas a las dinámicas científica y
técnico-económica sigan organizadas a los niveles nacionales y de las empresas
industriales, las amenazas resultantes nos hacen a todos miembros de una
sociedad de riesgo mundial.
Obviamente, este es el “momento cosmopolita”
de la crisis ecológica. Con la aparición del discurso ecológico, el fin del
estado nacional se está tornando una experiencia cotidiana. La forma en que los
distintos sectores políticos de Argentina utilizaron la campaña “Paren de Fumigar” del GRR muestra la
fragilidad y el doble filo de las leyes sobre responsabilidad-causalidad y
atención de damnificados porque su infatigable aplicación en administración,
gobierno y justicia ahora produce el resultado opuesto: Los peligros crecen
como resultado de ser convertidos en anónimos. Dicho de otra forma, las viejas
rutinas de decisión, control y producción (en legislación, ciencia,
administración, industria y política) ocasionan la destrucción material de la
naturaleza y su normalización simbólica. O más concretamente, no es la
violación de la norma sino la norma misma lo que “normaliza” la muerte de
especies, ríos y humanos.
En los capítulos de este libro veremos que
seguimos creyendo que vivimos en democracia, pero nuestros votos electorales y
nuestros impuestos sostienen en realidad a este fenómeno de “irresponsabilidad
organizada”. El gobierno, la política, la industria y la investigación
científica estatales establecen los criterios sobre aquello que es racional y
seguro, con el resultado de que la concentración de vestigios de agroquímicos
en nuestros alimentos aumenta, los índices de pobreza son mayores, el cáncer,
las enfermedades autoinmunes y la obesidad y las malformaciones congénitas se
tornan endémicos y sigue la lista...
Paralela e
independientemente a la explosividad material, la acción “discurso-estratégica”
vuelve políticamente explosivos a los peligros que son normalizados en los
circuitos de legitimación gubernamentales, legislativos y científicos y
terminan esparciéndose incontrolablemente a escala global. Entonces el punto
clave de la teoría de la sociedad de riesgo mundial es justamente el hecho
negado a ultranza por nuestros gobernantes: los efectos colaterales invisibles
de la producción industrial en realidad no son meramente problemas
medioambientales. Más bien expresan la irrefutable existencia de una crisis
institucional radical en los niveles nacionales de la modernidad industrial.
Mientras los nuevos desarrollos científico-tecnológico-industriales sigan
viéndose a través de la lente conceptual de la sociedad industrial, sus
impactos continuarán concibiéndose como efectos colaterales negativos de
acciones aparentemente justificables y calculables (“riesgos vestigiales”). Y
la tendencia de este enfoque a subvertir sistemas e ilegitimizar principios
básicos de racionalidad seguirá sin reconocerse. El significado político y
cultural central de estos supuestos “avances” se torna visible solamente desde
el horizonte conceptual que ve una agricultura produciendo alimento que
únicamente destruye las economías agrícolas de otras naciones, los sistemas de
salud pública que entronan curas químicas y quirúrgicas en vez de la
prevención, la monopolización de patentes y las finanzas. Cuánta ineficiencia,
cuanto trabajo en vano. Sin embargo, es el eje de nuestro sistema.
En esta imaginada consulta, Jorge propone
aplicar a la sanación de un sistema mundial de agro producción de alimentos en
agonía concepciones semejantes a las que utilizamos en Terapia Neural. Mientras que
la medicina alopática es casi impotente frente a las enfermedades autoinmunes
como asimismo ante el amplísimo espectro de patología crónico-degenerativa,
practicantes alternativos han obtenido un éxito dramático en frenarlas y
revertirlas. Ninguno de ellos utiliza el enfoque alopático de forzar al cuerpo
a cesar de hacer algo, como si el cuerpo estuviese actuando erróneamente. En lugar
de ello, de un modo u otro, ellos buscan reconectar al paciente con algunas de
las partes perdidas de su verdadera esencia conectada. Esto es medicina
realmente holística, arte de curar. La sanación viene a través de la reconexión.
Esta puede consistir en la restauración de la ecología corporal dañada a través
de suplementos probióticos y alimentos fermentados vivos. Puede ser la
reconexión con la naturaleza mediante plantas medicinales o alimentos
integrales orgánicos que nos vuelven a relacionar con las otras formas de vida
que se necesitan para restablecer la integridad. Y, claramente, no sólo es la
reconexión que la
Terapia Neural provoca con partes aisladas de nuestro propio
ser ayudando con impulsos procaínicos a que el organismo “tramite” sus viejas
irritaciones, los clásicos “campos interferentes” cuya existencia ni siquiera
es reconocida por la ciencia de la separación. Hoy concibo a la Terapia Neural como
una verdadera “medicina de la reconexión”.
¿Y cómo sería entonces una “ecología de la reconexión”? Ninguno de los actuales planes para la
sustentabilidad ecológica considera la necesidad, y menos aún la posibilidad,
de un viraje económico marcha atrás. Incluso las prescripciones más
ambientalmente conscientes enfocan un crecimiento “más inteligente” o apenas un
poco más lento. Aquí veremos una prolífica descripción de la forma en que los
zares de la soja transgénica se apropian del discurso de la eco-eficiencia, un
concepto cada vez más popular utilizado por las empresas para describir crecientes
adelantos en la utilización de materiales y el impacto ambiental. Pero ésta es
sólo una pequeña parte de una trama de ideas y soluciones más rica y compleja.
Sin un replanteo fundamental de la estructura y el sistema de recompensas del
comercio, una eco-eficiencia “con anteojeras” podría ser desastrosa para el
medioambiente al aplastar el ahorro de recursos con un crecimiento aún mayor de
la producción de productos erróneos, producidos mediante procesos erróneos, a
partir de materiales equivocados, en el lugar equivocado, a una escala
equivocada, y entregados utilizando el modelo empresarial equivocado. Con tanto
sobrepeso de equivocaciones, una producción correcta y más eficiente por sí
misma se convertiría más en el enemigo que en un sirviente de una economía
duradera, saludable.
Una reconciliación entre metas
ecológicas y económicas no requiere solamente eco-eficiencia. Exige
adicionalmente tres principios mutuamente interdependientes y reforzadores. El
conocimiento convencional está equivocado en concebir las prioridades en
materia de políticas económica,
ambiental y social como elementos competitivos entre sí. Las mejores
soluciones no se basan en regateos o equilibrios entre estos objetivos sino en
un diseño de integración que logre plasmarlos conjuntamente, a todo nivel.
Desde dispositivos técnicos hasta sistemas de producción, pasando por empresas,
sectores económicos, ciudades y sociedades enteras. Se trata de integrar y
restaurar. De imaginar cómo nuestras vidas y la vida misma revolucionarán todas
las tecnologías.
Reiteradamente, Jorge recurre
como herramienta de reconexión a la “jeringa” de la Ecología Profunda. El
término “ecología profunda” hace alusión a la profundidad de los
cuestionamientos e interrogantes que nos planteamos al explorar la vida con una
visión ecológica. Algo bien diferente a la mera protección ambiental enarbolada
por un ecologismo “superficial” que no está viendo cuan impune y hábilmente nos
están convirtiendo la biosfera en una “verde” industriósfera. Ciertamente
necesitamos bases filosóficas apoyadas por una ciencia moderna con enfoque
sistémico. Pero enraizada en una percepción de la realidad que va más allá de
la estructura científica y que incluye el conocimiento intuitivo de la unidad
de la vida, de su interdependencia y sus ciclos de cambio y transformación. Una
verdadera experiencia espiritual. Pero como ecólogos profundos no proponemos
únicamente una nueva filosofía, sino también la resucitación de una conciencia
que siempre fue nuestra, que imita a la naturaleza. Hoy vemos con sumo regocijo
que la transición del crecimiento material al crecimiento interior ha comenzado
y es impulsada por individuos, grupos, asociaciones, movimientos y pueblos
enteros del “miembro” latinoamericano del cuerpo planetario.
Claro que nuestra civilización
tecnológica y globalizada puede caer en el caos y la anarquía. Pero este peor
escenario implica el previo fracaso de nuestro trabajo “médico” relacionado con
ayudar al paciente a superar su estrechez de mente, la cual es uno de los tres
venenos generadores de enfermedad en la medicina tibetana, junto al deseo y el
odio. Y en esta veta el impulso educador del GRR permea toda la trama de esta
obra. Queremos
estar aquí dentro de 10.000 años. Y discutimos acerca de las fuentes seguras de
energía y alimento para lograrlo. Pero quizás ese no es el problema principal.
Al paso que vamos, terminaremos envenenados con la polución ambiental mucho
antes de consumir el planeta.
Intelectualmente,
también debemos considerar que, según el punto de unión entre los dictados de
la termodinámica y la neurotoxicología, la contaminación ambiental aumentará
como función de la creciente magnitud poblacional. Sin embargo, ¿estamos
tomando en cuenta que, en el corto plazo, si existe una conexión entre polución
ambiental y daño al sistema nervioso, la incidencia de daño neural aumentará a
medida que aumente la población? De forma similar, dado el incremento de la
expectativa de vida, aumentará la exposición a sustancias neurotóxicas y, por
ende, no resulta descabellado predecir que la incidencia de enfermedades
neurodegenerativas también aumentará. ¿Son estos fenómenos auto-limitativos? Si
no lo son, ¿podemos estimar la magnitud de tales problemas que las generaciones
venideras tendrán que enfrentar? Con tiempo, solvencia económica suficiente y
fuerza humana, muchos de estos problemas podrían resolverse. En realidad,
debemos hacerlo. De lo contrario, las consecuencias serán casi Orwellianas.
Pero educación y reconexión mediante,
podemos evolucionar hacia un mundo más humano y sustentable. Las buenas noticias son que
las cosas pueden ser “sanadas”. Y la única manera en que podemos hacerlo es
compartiendo, mediante una reestructuración para una igualdad de derechos
económicos, tal como hoy en día se asume tenemos igualdad de derechos
políticos. Muchos, incluso algunos popes del pensamiento alternativo mundial,
hablan sobre cómo la guerra produce cantidad de innovación tecnológica.
Tonterías. Lo que genera la innovación es aplicarle dinero y horas al problema.
Quienes vienen haciéndolo con el tema de una economía verdaderamente
sustentable, sana y justa, han descubierto que con sólo un octavo del dinero
gastado anualmente en armamento y actividades bélicas en el planeta, podríamos
erradicar la pobreza mundial y poner en marcha un sistema generador de energía
sustentable.
Gregory Bateson, autor de “Pasos hacia una
ecología de la mente” y propulsor del pensamiento ecológico mundial de
vanguardia, desde la década del 60 se preocupó por las conexiones entre ciencia,
belleza y moralidad, examinando a lo largo de toda su obra los vínculos entre
cómo conocemos nuestro mundo, qué reconocemos como lindo o feo, elegante o
crudo, y los fundamentos a partir de los cuales justificamos nuestras acciones.
El sostenía que si no comprendemos nuestra propia naturaleza interconectada,
nuestros logros estarán mal direccionados, resultando en fealdad y
equivocación. La conexión requiere responsabilidad para con aquello de lo que
formamos parte. Su tan mentado “mantra”, “la pauta que conecta”, gana
significado en este contexto: separamos nuestro conocimiento científico de
nuestras valoraciones estéticas y de nuestra comprensión de lo correcto o
equivocado. Este patrón de conocimiento fracasa en conectar lo que debería ser
un todo integrado. Terminamos deduciendo nuestras éticas a partir de religiones
fragmentadas, sistemas filosóficos desactualizados o expeditividad social.
Según Bateson, lo que necesitamos es una reconexión con la conciencia acerca de
la trama de la vida de modo que, al seguir las indicaciones provistas por
aquello que reconocemos como bello (y,
por ende, sistémicamente saludable), podemos darnos cuenta de qué es acción
correcta por nosotros mismos y por todos aquellos seres vivos con los cuales
estamos conectados.
Entonces, estimados lectores, bienvenidos a
la ecología de la reconexión. Y hablando en serio, creemos que las
prescripciones del “doctor” Rulli servirán como guía para todo pensador o
activista modernos si queremos recuperar nuestra esperanza de que el “CAG” no
se convierta en una “CAGADA”.
Dr. Jorge Kaczewer
23
de mayo de 2011
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